viernes, 19 de marzo de 2010

CONVERSACIÓN CON LOS DIFUNTOS DESDE UN ESPACIO ARQUITECTÓNICO

Entre los estudiantes de arquitectura solemos hablar de recorridos, formas, materiales, colores, construcción, costos, instalaciones, entre otros; o bien se reduce a la idea de la entrega de un proyecto meramente virtual como “que diseño es mejor según la calidad de perspectivas o planos”; pero todo eso deja al lado la esencia o razón de ser de un espacio, pues se llega a pensar en que debe ser funcional, estético, expresivo, económico, constructivo o innovador; y pocas veces nos percatamos de que al ser una obra humana, ésta debe contar también con la con la parte emocional.
Entonces si se ha dicho que la arquitectura es del hombre y para el hombre no se debe confundir lo expresivo con lo sensitivo; ya que lo expresivo se enfoca a la que es comunicación, pero las sensaciones involucran la emoción, lo intangible. . . lo sublime.
Es por eso que hoy me permito referenciar lo antes dicho con lo que es el ejercicio en la arquitectura, y la relación que tiene con el ámbito espiritual. En este caso se toman ejemplos de la arquitectura mesoamericana, ya que está muy ligado a lo que en estas fechas se celebra, siendo un recordatorio de lo que se puede lograr.
Como sabemos, uno de los rasgos culturales comunes en toda Mesoamérica, es el culto a los muertos. Ya que según su tradición, el mundo está compuesto por un inframundo donde habitaban los muertos y un cielo ocupado por los dioses.
De acuerdo con los pensamientos mesoamericanos, los seres humanos se iban a distintas regiones del inframundo según el tipo de vida, de trabajo o de muerte que hubieran tenido. Por ejemplo los niños que morían siendo lactantes, seguían viviendo en una región del inframundo donde había una gran mama con 400 chichits ; los ahogados iban al Tlalocan, paraíso del dios del agua (Tláloc), etc.
Sin embargo que cada región tenía características particulares, en donde con frecuencia, los mesoamericanos consideraban los hechos y las cosas ligados a la tierra indestructible, donde todo se creaba y a donde todo regresaba, así se establecía la unidad entre el mundo y el inframundo.
Pero entonces si el hombre y los dioses ya contaban con un espacio, ¿Por qué crear una ciudad o una calzada dedicada a los muertos como lo es Monte Albán o Teotihuacán?
La respuesta está en que después de subir largas laderas… y presenciar las emocionantes ceremonias, los habitantes volvían a sus tierras con renovada certidumbre de que los dioses seguirían mostrándose benévolos con ellos. . . Así fue como en los valles se produjeron varios cambios, la montaña siguió siendo sagrada, pero en las laderas se cavaron tumbas para enterrar a los muertos distinguidos.
Entonces se crea la arquitectura funeraria, en donde no hay uno de éstos pueblos que no indique a sus muertos lo más refinado de su producción artística.
Por eso, Monte Albán no escapa de ésta regla; pues más que cualquier otra cultura mesoamericana, los zapotecas se caracteriza por la intensidad de este culto y el arte funerario de un carácter particular, que dio origen al desarrollo del principal santuario al crear una importante y verdadera necrópolis mediante la construcción de templos, palacios, plataformas y patios erigidos sobre la gran cantidad de tumbas de piedra; las cuales van desde la sencilla forma de cajón hasta formas más complejas: en cruz, con antecámaras, nichos, etc.
Otro ejemplo es Teotihuacán, en donde a través de la ciudad corre la ancha Calzada de los Muertos, bordeada de por un conjunto de construcciones como el Templo de Quetzalcóatl, la Pirámide del Sol y de la Luna, entre otras menores.
Es así como se comprueba que ambas ciudades, no pudo crecer al azar sino que tuvieron que haber sido planeadas por hábiles arquitectos que gustaban de líneas sobrias y las grandes distancias; utilizando esos medios de comunicación para expresar sus emociones, que aún siguen siendo un espectáculo importante del país y uno de los más impresionantes del mundo.